El termino intensidad aparece permanentemente asociado a todos los análisis que se hacen del futbol actual. De hecho, raro es el entrenador que no enumera entre sus rasgos característicos el hacer equipos “intensos”. La intensidad se ha vinculado habitualmente a la vertiente física siendo uno de los componentes tradicionales de la carga. No debería limitarse la interpretación de este parámetro a la dimensión condicional sino que se impone una concepción más amplia, pudiéndose relacionar con los niveles táctico y competitivo donde se agrupan la mayor cantidad de tareas de entrenamiento en el alto nivel, la intensidad de la acción de juego debe estar asociada a los requisitos cognitivos necesarios para resolver los problemas que el juego plantea. En este sentido, el esquema tradicional de la acción táctica de Mahlo consiste en la percepción y análisis de la situación, la solución mental del problema y la ejecución motriz de la respuesta, cobra especial trascendencia. Heredada de esta línea de pensamiento aparece la noción de “intensidad de concentración”, como elemento determinante para configurar la dinámica de los esfuerzos de las tareas. La capacidad para lograr una atención selectiva hacia los aspectos relevantes se antoja fundamental en este sentido.
Se desconocen aún muchos matices de la neurociencia que contribuirían a aclarar la importancia de determinados procesos cognitivos durante la práctica del fútbol. Es por ello que la gran mayoría de los preparadores físicos se mueven con mayor soltura haciendo acopio de parámetros biométricos en lugar de indagar en los elementos que inciden en los procesos de aprendizaje y en el desarrollo de fatiga en el sistema nervioso central. Así, puede acontecer la paradoja de preparadores físicos que creen haber completado una exitosa labor a verificar en la hoja de estadísticas del encuentro que su equipo ha recorrido más metros que el rival, a pesar de haber encajado un gol en una acción a balón parado en la última jugada del mismo. De nada servirá haber retrasado la aparición de la fatiga física si el equipo no ha sido capaz de mantener la intensidad de concentración hasta la conclusión del partido. Lo mismo podría suceder en el sentido inverso, un equipo puede recorrer una distancia menor a una alta intensidad en el computo global de un partido no por estar en un estado físico peor (si es que este concepto realmente existe), sino por tener una mejor organización colectiva que le permite lograr una optima dosificación de los esfuerzos. De nuevo se impone la necesidad de realizar análisis de tipo global para encuadrar la realidad acontecida durante el juego.
A través de procedimientos indirectos, mediante el empleo de pulsometros y relacionando la respuesta de la frecuencia cardíaca con medidas del consumo de oxigeno en situaciones de laboratorio, se ha podido estimar la energía metabólica (en Kcal o kj) que puede suponer un partido o una sesión de entrenamiento. A pesar de ello, una de las cuestiones que aún está por resolver es como cuantificar la energía mental necesaria para resolver los problemas del juego, es decir, que cantidad de energía mental exige cada tarea de entrenamiento. Esta solicitación cognitiva para solucionar una tarea no es igual para todas las situaciones, ya que simplemente la presencia o no del entrenador principal supervisando la ejecución puede afectar a la exigencia del futbolista. Del mismo modo, los condicionantes de un partido inciden en la intensidad de concentración; no supone la misma demanda mental defender un córner en el minuto 90 con 1 a 0 que con un 4 a 0 en el marcador, al igual que el desgaste cognitivo es mayor a tirar un penalti en la tanda final de un Campeonato del Mundo que un partido ya resuelto.
Por todo lo anterior, el entrenamiento debe proporcionar tareas que exijan al futbolista una intensidad de pensamiento que se sitúe dentro de los parámetros espacio temporales en los que se desarrolla el deporte. Para ello, y respetando a necesidad de concebir de una manera integral la noción de intensidad, en este libro se han establecido cinco tipos teóricos de dinámicas de los esfuerzos para clasificar las tareas realizadas habitualmente durante las sesiones de entrenamiento. La primera de las dinámicas vendría representada por las tareas de baja intensidad que implicaría aquellas situaciones donde la intensidad de los esfuerzos se sitúa muy por debajo de las exigencias de la competición. En esta zona se incluyen principalmente las tareas orientadas hacia la recuperación activa y de carácter regenerativo que se emplean tras un partido oficial.
El segundo tipo de tareas se denominan esfuerzos extensivos y se ubican de manera teórica en una zona de media intensidad, incluyendo todas aquellas situaciones con una orientación no regenerativa pero realizada por debajo del umbral de intensidad de la competición. En este punto, una cuestión que podría surgir es si resulta necesario plantear tareas bajo esta dinámica de esfuerzos cuando realmente se pretende que el futbolista logre una elevada intensidad de concentración a lo largo de todos los minutos que conforman un partido. El enfoque de las tareas incluidas en esta categoría estaría principalmente dirigido hacia el mantenimiento o ligero desarrollo de alguna de las capacidades (competitivas, tácticas, técnicas o físicas) y los efectos se conseguirían mas por la repetición de los estímulos que por la exigencia de los mismos, ya que el futbolista no requiere de una gran nivel de regulación cognitivo-motriz para solventar las situaciones planteadas. Este tipo de tareas puede emplearse también en la parte introductoria de la sesión o para liberar cognitivamente al futbolista reduciendo la sobrecarga mental.
No siempre un preparador físico (o entrenador auxiliar) tiene la posibilidad de elegir con que entrenador trabaja, por lo que debe tener la habilidad para adaptarse a distintos modelos de juego y estilos de entrenamiento. En algunas de estas situaciones, puede que la dirección del entrenamiento no quede tan claramente definida, con lo que muchas de las tareas planteadas en el día a día acaban cayendo en este régimen de esfuerzo extensivo, algunas veces buscado de manera intencionada por el entrenador y en otras por defectos en la organización metodológica de la tarea. Para afrontar estas situaciones, los técnicos deben desarrollar una aguda capacidad de observación para identificar las posibles carencias que pudieran tener las tareas planteadas, para poder complementarlas en caso de que no alcancen el nivel de exigencia requerido.
Como se señalo previamente es en la zona de alta intensidad donde la mayoría de los entrenadores quieren que sus futbolistas actúen durante los partidos. Las tareas a emplear en los entrenamientos para conseguir este propósito deben ir enfocadas hacia el estimulo de alguna capacidad, empleando una intensidad similar o superior a la de la competición, para ser capaz de mantener un elevado rendimiento durante los 90 minutos que, como mínimo, dura un partido. Ahora bien, si no se dispone de ninguna herramienta para medir de manera objetiva la exigencia mental de una tarea ¿Cómo se puede concretar la intensidad de concentración que ésta exige? Es esta una de las cuestiones fundamentales del control del entrenamiento y la manera de encauzar la respuesta seria mediante el desarrollo de una metodología de trabajo consecuente. La sesión debe contar con unos presupuestos ineludibles que circunscriben el entorno en el que esta se desarrolla (disponibilidad de campos, material, etc.) y, sobre todo, con la educación del futbolista para lograr entrenar en un estado de “concentración táctica”. A pesar de que el rigor y a seriedad puedan presidir la mayoría de las sesiones de los equipos de élite, no resulta tan sencillo que los futbolistas logren este nivel de exigencia mental. Es por eso que Ricard recomiende el entrenamiento mental para ayudar a focalizar a atención y aprender a concentrarse. Es fácil evocar momentos pasados en los que uno se adentra en una tarea en un nivel tan profundo de concentración que la energía fluye de manera natural y se pierde la noción del tiempo. Alcanzar este estado de flujo mental de manera voluntaria proporciona unos enormes réditos al que lo logra y seria el objetivo final que debe perseguir la metodología de entrenamiento: conseguir la concentración absoluta del futbolista en las tareas, para sacarle el máximo provecho a la sesión y mejorar sus capacidades y las del equipo.
Una vez creado e entorno de trabajo adecuado y contando con futbolistas educados para tal fin, se puede profundizar en el diseño de tareas que abarquen distintos patrones de esfuerzo dentro de la categoría de alta intensidad. Debido a que en el fútbol se compite con una periodicidad como mínimo semanal, no todas las tareas deben guardar las mismas características sino que los entrenadores deben jugar con los elementos que las contextualizan (número de jugadores, espacios, tiempos, condicionantes, etc.) en función de los propósitos que se pretendan alcanzar. La necesidad de entrenar el cerebro en especificidad respecto a lo que sucede en la competición parece evidente, puesto que se ha demostrado como la fatiga mental afecta e rendimiento físico. Curiosamente, parece que el cerebro se comporta de forma parecida a como lo hace la musculatura esquelética, de modo que tras un ejercicio exigente decrecen sus reservas de glucógeno y con el tiempo se produce una respuesta adaptativa que provoca una supercompensación de glucógeno.