Entrenamiento de fútbol: HACIA UNA NUEVA ERA“<...Con ello me persuadía el que no sería sensato que un particular se propusiese reformar un Estado cambiándolo todo desde los fundamentos y derribarlo para reedificarlo, ni tan siquiera reformar el cuerpo de las ciencias o el orden establecido en las escuelas para enseñarlo.(...)Y creí firmemente que, por este medio, lograría conducir mi vida mucho mejor que si edificase sobre cimientos y me apoyara solamente en principios que me había dejado inculcar en mi juventud, sin haber examinado si eran verdaderos.>”
(Renné Descartes. “El Discurso del método”)
“No consigo decir si lo más importante es defender bien o atacar bien, porque no consigo disociar esos dos momentos”. “Creo que el equipo es un todo y su funcionamiento es un todo también”.
(José Mourinho citado por Nuno Amieiro)
Corría la década de los 90, cuando de la mano de técnicos de indudable prestigio como Arrigo Sacchi, Maturana o Cruyff, algunos de ellos herederos de los postulados de un genio como Menotti, asistimos a una autentica revolución en el campo del entrenamiento y por añadidura en la fase de recuperación del balón. Era el propio Sacchi quien nos enseñaba, que “defender era atacar el ataque del contrario”. De dicha tautología nació una concepción de la defensa como una unidad mecanizada y estructurada que basándose en una sincronización casi perfecta de las líneas buscaba al rival en su propio terreno de juego provocando el error, no esperándole, a la par que reducía los espacios de forma que el contrario era incapaz de generar situaciones ventajosas.
Si esto en un primer momento fue indudablemente positivo, a posteriori estas ideas se simplificaron de tal forma, que se terminó por descontextualizar la defensa del propio juego del fútbol. Se llegó a considerar la fase de recuperación del balón como una etapa distinta de las del resto del juego, sin ninguna conexión, e incluso para una gran cantidad de técnicos el único objetivo del partido era defender y de dichas simplezas surgían afirmaciones tales como: “es un equipo ordenado”. Evidentemente cuando algo así se aseveraba, era porque ese equipo se pasaba el partido corriendo detrás del balón, y además se recuperaba la pelota muy cerca de su propia portería y con pocos efectivos por delante del balón ,lo cual castraba gran parte de las posibilidades de contraatacar con éxito (curiosamente de dichos equipos se dice que son “equipos equilibrados”). En un ataque de ego sin precedentes, los entrenadores se regocijaban de crear equipos espartanos que defendían, y solo defendían para quitarse de encima la pelota cuando esta era recuperada. Se ignoraba además que el trabajo desequilibrado provoca pérdida de la llamada “potencia prospectiva”.
Si un entrenamiento está dirigido a potenciar un aspecto en detrimento de otro, provoca que los aspectos que postergamos empeoren.
Era el reduccionismo cartesiano llevado a su máxima expresión. Cano Moreno afirmaba que: “ éste vocablo (la táctica) es asociado a aglomeración de sujetos alrededor de la propia portería, a renuncia de acciones ofensivas, utilizándola incluso para nombrar el estilo de juego de todo un país como Italia, entre otros improperios, cuando en realidad es propulsora de la disposición ilimitada de recursos, o cuanto menos nos hace conscientes de nuestras propias facultades...” y añadía a la sazón que: “...bien podría sustituir la palabra táctica por la de “sendero” hacia el conocimiento y todas las “veredas” que llevan hacia él, la observación, la movilización de la razón y la conciencia, la implicación, la reflexión, el contemplar con todos los sentidos...” (Óscar Cano Moreno. “Táctica: Victima favorita de la ignorancia”). O como llamó el genial Erick Mombaerts “esa subordinada a otros factores del entrenamiento”.
Paradójico es también, el hecho de que cuando estos equipos que presumen de la palabra orden hasta la extenuación, son los equipos que más desordenados se muestran una vez que tienen la pelota en su poder. Es tan grande la obsesión por ordenarse (que se confunde con juntarse todos detrás del balón), que en la fase de ataque el conjunto está descompensado y tiene pocas posibilidades de asociarse entorno a la pelota. Y es que, como señalara Lillo “un equipo ordenado es el que tiene ordenados tanto la defensa como el ataque, no sólo el que tiene ordenada la defensa, la defensa se ordena más por masificación que por concepto. Se equivoca el defender bien con defender con mucha gente...”
La falta de teorización en nuestro deporte traía consigo toda una serie de mitos peyorativos entorno a la defensa y la táctica en general. Cada uno de estos conceptos era dividido en una serie de subconceptos que a su vez daban lugar a más conceptos de carácter minoritario. Paradójicamente cada una de estas divisiones traía consigo una reducción de la comprensión del juego y del fenómeno táctico en su globalidad. Era y es frecuente, que los entrenadores nos prestemos a ese tipo de lenguaje que alimenta la prensa, y en este país en particular un grupo mediático, un país del cual el intelectual Juan Carlos Girauta nos dice: “un país tomado por la anomia y entregado a las comodidades del relativismo, que exoneran del pensamiento crítico, del compromiso y de la responsabilidad personal(...) un país sometido al cansino repertorio de prejuicios, tópicos, sentimentalismos tras el que se parapetan, desde que el mundo se les ha hecho irreconocible...” que se encarga de estereotipar los debates, que reduce el entendimiento sobre el juego y que lejos de cerrar teorías que debieran estar superadas, las abre y las vuelve a reabrir con el objeto de incrementar las ventas y dirigir la teorización en el fútbol.
Pero por suerte en los últimos años hemos asistido a una nueva revolución en el campo de la teoría y el entrenamiento. Las magnificas aportaciones de gente como Antón, Seirulo, Espar... en el ámbito de los juegos deportivos colectivos ha permitido la reflexión y el surgimiento de un nuevo marco teórico y posteriormente un nuevo campo metodológico sustentado en el ser humano y el juego en sí, como protagonistas de las nuevas propuestas en el terreno de los procesos de enseñanza aprendizaje.
En definitiva un nuevo paradigma que busca una mejora cualitativa en el entrenamiento y a su vez en el juego de fútbol. Hoy día comprendemos que el jugador es táctica en sí, que la táctica es en definitiva el conjunto de posibilidades que tiene un jugador en un momento determinado, dentro de un campo de referencias fundamentales que determinarán su decisión; balón, compañeros, adversarios, espacio de juego y portería,así como las experiencias vividas y, como no, el talento del propio sujeto capaz de generar respuestas que no eran imaginadas”.
Sabemos que en un terreno de juego de cualquier deporte nos encontraremos ante tres tipos de sujetos que participan, aquellos que no se enteran de nada de lo que sucede, aquellos que reaccionan ante los estímulos que les plantea las diversas situaciones del juego los que son capaces de provocar que sucedan cosas (a los que Lillo llamaría jugadores capaces de llevarme la contraria).
Pero el aspecto más determinante que encontramos dentro del terreno teórico dentro de la táctica, es la comprensión de que en el fútbol no existen fases diferenciadas, que ataque y defensa es la misma cosa. El verdadero equilibrio en un equipo de fútbol radica en el hecho de que los jugadores en función de las posibilidades de intervenir activamente en el juego reequilibran y reajustan su posición en el terreno para compensar al equipo en las mal llamadas fases de transición. Hoy en día, en el fútbol los partidos se ganan o se pierden en los momentos en que se recupera o se pierde el balón.
Llama la atención a su vez, la funesta obsesión de los técnicos por repetir esquemas que un día le fueron propicios y le llevaron al éxito. Así, asistimos como ante entornos diferentes al que un día le auparon a la fama inmediata, ante jugadores que no son los mismos, ante circunstancias irrepetibles, los entrenadores una y otra vez vuelven a llevar consigo, como si de una sombra se tratase, las mismas ideas que antaño.
Sucede también, que se escogen jugadores sin analizar sus cualidades, y se les introduce en una idea de juego, esquema táctico o posición en la que es imposible que destaque. Se escucha entonces, comentarios como, este jugador no es el que era, no se ha adaptado, este equipo le viene grande, allí jugaban para él, y otros tantos tópicos, topicazos del común y pobre léxico de nuestro juego. Un ejemplo claro y sonante de esto, lo comentaba mi buen amigo Raúl Caneda en referencia al alemán del Chelsea, Ballack, jugador que destaca por su capacidad de cargar juego sobre las bandas e incorporarse desde atrás a posiciones de remate. Se encuentra que estas dos virtudes suyas, no pueden brillar en un equipo donde no hay jugadores por banda, por consiguiente nadie a quien descargarle juego en los lados, nadie quien se la ponga cuando llegue desde atrás. Al final hemos de rendirnos a la evidencia, “quien sabe de fútbol, es quien sabe de jugadores”.
Los jugadores a través de sus comportamientos, serán valorados por su capacidad de desequilibrar o equilibrar en las jugadas de participación activa entorno al balón, o cuando se encuentren en situaciones de no intervención directa harán movimientos que estarán centrados en compensar al equipo. Se elimina así la visión mecanicista de la vida que ha colocado a los jugadores en una posición centrada en reproducir movimientos “tácticos” simétricos que no tienen en cuenta las cualidades que hacen diferente a cada jugador del resto.
Al igual que la sociedad ha creado un tipo de individuo autómatas sin capacidad para tomar iniciativas por su propia cuenta, en el fútbol los jugadores se han convertido en cumplidores de normas. El fútbol pasó en cuestión de pocos años de apellidar a los equipos con el nombre de la estrella de turno, a hacerlo con el del entrenador, podemos decir pues, que a raíz de esto el fútbol se murió un poco. Sin embargo, si vemos aún equipos que cumplen estas premisas que señalábamos anteriormente, el Chelsea de Mourinho (pero también de Terry, Makelele, Lampard...) en las temporadas anteriores, era un digno ejemplo de equipo construido entorno a las peculiaridades de sus miembros, compensado en el juego, donde los jugadores tenían en cuenta sus posibles intervenciones a corto, medio o largo plazo.