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El Jugador contemporáneo

Capacidades maximizadas en contra del juego

 

A los entrenadores nos cuesta aceptar nuestro cometido dentro del colectivo del que formamos parte activa. Últimamente, incluso nos cuesta encontrar ese nuestro espacio. Asumir que el fútbol es siempre que sea el material humano que lo juega, nos deja una sola alternativa: La de saber de jugadores.

Felizmente, son ellos los que nos indican las posibilidades del jugar.

Nosotros únicamente podemos religar, dar trascendencia a las combinaciones mas provechosas y construir a partir de este echo nuestra organización y su entrenamiento.

Como nos resistimos a dicha reducción de protagonismo, buscamos recovecos para prestigiar nuestra labor, aunque sea a través de la resonancia de aspectos que poco o nada tienen que ver con lo esencial de este juego.

Para empezar, nos erigimos como el epicentro de la práctica y creemos ser los responsables de todo cuanto le ocurre al futbolista y acontece en el juego (sobre todo cuando se gana). No nos interesa saber que el aprendizaje no depende tanto de lo que el entrenador haga, como de o que haga el jugador por aprender.

Adoptar las posibilidades del jugar al predicado del DT provoca desencuentros importantes entre lo que quiere el instructor y lo que puede ser, ya que nadie activa cualidades que no se hallan en el futbolista.

Más tarde, acercamos al jugador a los superespecialistas. El cuerpo técnico es constituido por numerosos expertos en materias que tienen que ver con aquello que consideramos determinante para el rendimiento del deportista. Fisiologos, nutricionistas, preparadores físicos, psicólogos, scouters……, que tratan de reforzar su parte blindándole de la intromisión de los otros expertos. Todo queda perfectamente sellado, separado en departamentos, rígidamente categorizado. El jugador pasa a ser un elemento cuarteado en tantos pedazos como especialistas osemos incorporar al organigrama técnico.

Ahí empieza a distorsionarse la realidad medular de este juego. El futbolista comienza a recibir información inconexa por todas partes, alejada de la pelota, de lo que pueda hacer con ella y con sus compañeros para mejorar las prestaciones colectivas. Se consigue un sujeto plano, por el que piensan los que dicen saber. Omitimos que ¨La mente piensa con ideas, no con información¨ .

Cada especialista traslada sus propias creencias sobre determinante en el rendimiento, intentando esculpir el cerebro del jugador con las enseñanzas propias de su especialidad. Comienzan pues, a tener una enorme influencia los juicios relativos a lo físico, lo estadístico, es decir lo medible, como lo importante para poder jugar convenientemente.

Cada vez mas musculados, más resistentes, mejor alimentados, más veloces, más dependientes del pensamiento de los miembros del cuerpo técnico….., pero , ¿para qué?, ¿juegan mejor? ¿se juega mejor?, esa es la cuestión.

Observemos al jugador contemporáneo. Atletas que precipitan sus acciones por que sus capacidades están maximizadas en contra del juego. Sujetos impedidos en  la mayoría de los casos, para saber aquello que provoca lo que hacen mientras están jugando al fútbol. Personas entregadas a la dictadura del ¨yo lo sé todo pero no comprendo nada¨, desprovistos de cualquier iniciativa, de expresión del instinto, que no sea las que ofertan sus superiores.

El panorama es desolador. Interminables jornadas de trabajos dedicadas a obtener un jugador hercúleo, de sobresaliente estructura condicional – la física – por aquello de que en el fútbol contemporáneo, la demanda energética requerida  por las altísimos ritmos impuestos en competición, hace necesario un deportista a la altura de los mismos.

La responsabilidad solicitada a los hiper-especialistas queda perfectamente satisfecha.

Eso si, nadie se responsabiliza, por ejemplo, de que , tan rápidos están los jugadores, además de que esa velocidad se construyo fuera de las necesidades del juego, que la jugada se acelera de tal manera que acaba por precipitarse. El equipo nunca se junta ni en el momento sin pelota, ni cuando la posee, porque no hay unas razones temporales colectivas originadas desde el balón.

Nadie es culpable de que, a pesar de la fuerza capaz de activar un defensor, cada vez que se enfrenta a su oponente directo, acaba realizando una acción antirreglamentaria. Igual sería conveniente incidir, por ejemplo, en las variables del acoso, en cómo desarrollar la imaginación para privar del balón a quien lo intenta conservar.

Ahora, los futbolistas son tan resistentes que, encima, pueden aguantar la dinámica del culto al tumulto en que se ha convertido el denominado juego moderno, tolerando todo lo que les desordena, es decir, son capaces de estar jugando mal el tiempo que haga falta, que para eso están preparados.

Aunque, ahora que pienso, ya sé cómo se consigue la mejora de los aspectos tácticos. El espacio de tiempo que tiene el entrenador (el tiempo que tiene para desarrollar su parte) debe ser aprovechada para tal finalidad.

Perdonen la ironía, pero me cuesta creer que aun no nos hayamos dado cuenta que ninguna capacidad se optimiza al vacío ni al margen de las demás. Que el objetivo final es jugar. Y si ese es el objetivo, el entrenar solo puede tener un significado: hacerlo jugando. Que la parcela que da sentido a las estructuras condicionales y coordinativas es la forma en la que hacer las cosas, y la forma de hacer las cosas es la táctica. Lo que da sentido a hacer globalmente las cosas es la tática.

Extractado del Libro El juego Posicional del Barcelona.
Autor: Oscar Cano Moreno.

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